Auxiliadora Coronada

Mons. Teodoro León: “San Juan Bosco nos enseña a estar siempre alegres en el Señor”

Mons. Teodoro León: “San Juan Bosco nos enseña a estar siempre alegres en el Señor”

¿Quién no conoce a San Juan Bosco? ¿Y quién no conoce a Don Bosco, como lo llamamos? Es un día de fiesta para todos aquellos que tenemos un conocimiento, un afecto a los salesianos. Por eso estamos aquí, porque Don Bosco siempre tiene algo que decirnos, igual que cuando escuchamos la palabra de Dios: tiene algo que decirnos con su vida. Los santos son modelos e intercesores, y como modelos, la palabra de Dios es siempre una palabra viva y eficaz que se identifica con un santo, porque ellos han cumplido con esa palabra, la han hecho vida en sus vidas, porque se han identificado con Cristo.

Si nos fijamos en la primera lectura que hemos escuchado, nos ha hablado el profeta Ezequiel de Dios como buen pastor. Dios Padre misericordioso aparece en el pueblo de Israel como un buen pastor que cuida de su rebaño y de cada una de las ovejas que tiene. Eso, aplicado en nuestra vida, significa que Dios Padre misericordioso nos tiene siempre presentes. Y nos tiene siempre presentes por el inmenso amor que Él nos tiene a cada uno de nosotros, un amor especial, entrañable.

Ese amor lo ha hecho realidad a través de su Hijo, sumo y eterno sacerdote, que también nos enseñó con la parábola del buen pastor cómo debemos buscar, acercarnos y enseñar a los más débiles, a los más pobres, a aquellos que tienen necesidad de una mano amiga, de una ternura, de un corazón que sepa acogerlos, para que también les muestre el amor hacia ellos.

Él buscó aquellas ovejas que necesitaban del pastor, y por eso nos enseña que debemos imitar a Cristo, porque los santos están para imitarlos.

Así lo hizo también San Juan Bosco en aquella sociedad que le tocó vivir en el siglo XIX en Turín. ¿Qué hacía él? Era un pastor con un corazón tierno, entrañable, que se dio cuenta de lo que pasaba en la sociedad, de las injusticias que había, y de cuántos jóvenes, niños y niñas estaban necesitados de esa mano y de un corazón que les mostrara el cariño para que adquirieran una dimensión humana en sus vidas y, a través de esa dimensión humana, pudieran adquirir también una dimensión espiritual. Él buscó aquellas ovejas que necesitaban del pastor, y por eso nos enseña también a cada uno de los que estamos aquí, a todos los cristianos que hemos recibido el bautismo, que debemos imitar a Cristo como él hizo, porque los santos están para imitarlos.

Nos enseñan también que cada uno de nosotros debe estar atento a aquellas personas con las que convivimos, con las que compartimos nuestra vida. No podemos decir solamente: “Cumplo mi fe por cumplir y asisto a la Eucaristía”, sino que tengo que hacer que mi vida sea una fe práctica, una fe viva, que tenga en cuenta a aquellas personas con las que me relaciono y a aquellas personas que necesitan que les tienda una mano. Todos aquellos que necesiten de mí: ahí estoy.

El Buen Pastor es aquel que tiende su mano, incluso a aquel que le ha hecho daño.

Evidentemente, lo primero que debemos hacer es curar nuestro corazón, perdonando incluso a aquellos que nos han hecho daño o que nos han ofendido, porque, a lo largo de nuestra historia, en muchas ocasiones no somos capaces de perdonar a quienes nos han hecho tanto daño. Sin embargo, el Buen Pastor es aquel que tiende su mano, incluso a aquel que le ha hecho daño. Nuestro Señor Jesucristo nos lo enseña desde la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. El Buen Pastor es aquel que perdona, que restaura las heridas que tiene en su corazón, en su espíritu y que tiende la mano. Así lo hizo San Juan Bosco.

Muchísimas personas lo hicieron sufrir, incluso la misma jerarquía lo hizo sufrir. Muchos compañeros en el sacerdocio tampoco lo entendían, pero en su corazón estaba siempre el perdón. Él, como buen pastor, seguía haciendo su gran labor: esa labor pastoral de salir hacia aquellos que más lo necesitaban.

San Juan Bosco proclamaba siempre que hay que estar alegres en medio de las tristezas, de las dificultades, del sufrimiento, porque Cristo sufrió más por nosotros.

Otra dimensión que adquirimos en San Juan Bosco, como hemos escuchado en la segunda lectura, es la alegría. Nos ha dicho la segunda lectura: “Estad siempre alegres”. ¿Y por qué alegres? ¿Por qué San Juan Bosco estaba siempre alegre y por qué teníamos que estar alegres por Cristo? El misterio es muy profundo. La segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, vino a este mundo nada más y nada menos. No hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y pasó por este mundo como un hombre cualquiera. Verdadero Dios, verdadero hombre, entregó su vida por nosotros. Es nuestro Salvador y redentor, pero resucitó.

Cristo está vivo, tan vivo que sigue en medio de nosotros, tan vivo que se va a hacer presente en la Eucaristía en cuerpo, sangre, alma y divinidad, místicamente presente porque ha resucitado. He ahí la grandeza de los cristianos: no seguimos una filosofía o una ideología, seguimos a Cristo vivo, no a un muerto. Por eso San Juan Bosco proclamaba y anunciaba siempre que hay que estar alegres en medio de las tristezas, de las dificultades, del sufrimiento, porque Cristo sufrió más por nosotros. Tanto sufrió, que fue por nuestra salvación y redención, pero resucitó y destruyó incluso lo más doloroso que puede ser para una persona: la propia muerte.

La muerte ha sido destruida, ha sido vencida. Cristo ha resucitado. Alegres ante el sufrimiento, como él estuvo: un modelo para imitar. Es evidente que esto lo debemos hacer en la Iglesia y desde la Iglesia. Nuestra Iglesia, la Iglesia que fue instituida por nuestro Señor Jesucristo, que estaba en el proyecto de Dios Padre, en el proyecto de salvación. Y, a través de la acción del Espíritu Santo, Cristo instituyó su Iglesia. Por eso decimos que la Iglesia es la prolongación de la vida de Cristo. Y todos nosotros somos Iglesia. Allí donde hay un cristiano, está la Iglesia.

Porque la Iglesia es divina, a través de ella obtenemos la vida de la gracia

Debemos sentirnos miembros vivos de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo y, en todo momento y circunstancia, prolongar así la vida de nuestro Señor en aquel en quien creemos. La Iglesia instituida por Cristo es divina, pero está formada por nosotros, los cristianos, que somos humanos. Somos nosotros los que muchas veces manchamos a la Iglesia. Pero, precisamente porque la Iglesia es divina, a través de ella obtenemos la vida de la gracia, esa gracia que necesitamos para prolongar la vida de Cristo en este mundo. Sin su gracia, es imposible.

Estamos viviendo este gran año jubilar como peregrinos de la esperanza. ¿Pero por qué tenemos esperanza? Porque la vida de la gracia viene a nosotros. Un gran año jubilar, un gran año para amar más y querer más a la Iglesia que fue instituida por Cristo. Y, a través de ella, nos viene la vida de la gracia. Como dicen los Santos Padres, del costado abierto de Cristo brota la vida de la gracia y brotan los sacramentos.

Hoy en día, hay una idea muy extendida: se dice que para ser buen cristiano no es necesario estar en la Iglesia, que es suficiente seguir a Cristo. Es un error, porque en la Iglesia es donde recibimos la vida de la gracia. Uno no puede ir por libre, incluso tiene que vivir su propia fe en una comunidad concreta y tener en su vida un itinerario de fe para conocer más a Cristo. Y, cada vez que lo conozcamos más, lo amaremos más y amaremos más a su Iglesia.

En este gran año jubilar, también se va a extender y a dilatar la vida de la gracia en tantas personas, en aquellas que se acerquen con verdadero y sentido arrepentimiento y aversión al pecado al sacramento de la confesión, y que además reciban a Cristo en la Eucaristía, recibiéndolo vivo. No es un trozo de pan después de las palabras de la consagración. Pidamos también por las intenciones del Romano Pontífice como cabeza visible de la Iglesia. San Juan Bosco nos da este gran ejemplo con su vida.

Dirijámonos siempre a Ella, porque es la Madre del Señor, la Madre del Mesías, aquella que fue capaz de decir “sí” al proyecto de Dios

Si queremos tener a San Juan Bosco como modelo, recordemos el gran amor que él tenía a la Santísima Virgen María, además bajo la advocación de María Auxiliadora, porque Ella sale al auxilio de todo lo que llevamos dentro: de esas penas, de esas tristezas, de esa angustia, porque Ella nos llena siempre de esperanza. Dirijámonos siempre a Ella, porque es la Madre del Señor, la Madre del Mesías, la Madre de Dios, aquella que fue capaz de decir “sí” al proyecto de Dios a pesar de todas las dificultades, y lo llevó a término desde su fe, esperanza y amor por ese gran proyecto de salvación.

Queridos hermanos y hermanas, nos encomendamos de manera especial a la Santísima Virgen María, para que nos haga a todos tener ese corazón de buen pastor. Que nos demos cuenta y miremos a un lado y a otro para ver quiénes son los que están a nuestro lado y necesitan una mano amiga que los acoja. Que estemos siempre alegres en el Señor, a pesar de las dificultades y de todas aquellas contradicciones que puedan acontecer en nuestra vida. Alegres porque seguimos a Cristo vivo y siempre unidos a la Iglesia como prolongación de la vida de Cristo.

Que así sea.